Sin el bullicio de otras navidades, en el año 2010, la calle más comercial de mi ciudad acogió algunas esculturas de Rodin: Los burgueses de Calais y “El Pensador”. De este último, el hondo calado de cualquiera que fueran sus pensamientos se traducía en la visión de la musculatura a través de su piel.
Al observarlo de frente, me miraba pero no me veía. Tal vez cavilaba sobre la búsqueda de la felicidad mientras observaba el consumismo en época de crisis. Quizás con su desnudez deseaba transmitir que el materialismo no era el camino…
A los pocos días, encontré una escultura rústica, sin el más mínimo atisbo de refinamiento. “El Contemplador”, es de madera de pino trabajada con motosierra. Tampoco percibió mi presencia. Miraba al cielo con la sapiencia del campesino. Sólo le interesaba saber el momento propicio para la siembra recolección de la cosecha o comportamiento de los animales. En las noches estrelladas busca lucecitas nuevas que bautiza con nombres sacados de su escaso vocabulario. Y sus únicas preguntas, de cómo llegan hasta allí y quién las recoge cuando sale el sol, nunca obtiene respuesta.
Situándolos en la balanza de la importancia, me pregunté si las cuestiones que se plantea el hombre culto eran de mayor o igual peso que las del analfabeto en su pequeño entorno…. Pero hoy, al resucitar esta entrada, me doy cuenta de que en esa comparativa olvidé algo tan básico como es la relatividad.
©Pilar Cárdenes 2011