9 oct 2017

EMBOSCADOS


A veces ocurre que las palabras con una cierta sonoridad no son las que más nos sitúan en un plano de complacencia y de devaneo intelectual, sino que también están las que nos eleva hacia una ambivalencia y displicencia. Cogido de la mano va el que camina hacia la acción de escudarse en una situación cómoda para mantenerse alejado del cumplimiento de otra: “el que se hace el loco”, “eso no va conmigo”, “no se de que me hablan”, o me lo llevo porque no se va a enterar
Por estos lares hay cientos y cientos y más de cientos de emboscados. Mundo virtual y real está a rebosar de comodones, quietistas por no llamarlos de otra manera; personas “tras cortina” que siempre hacen mutis en el foro: donde dije digo, digo diego. Personajes abundantes que ni siquiera son capaces de abrir la boca aunque sea para emitir un quejido; sólo están pendientes de mirarse en el espejo de otros a los que consideran sus protectores y gracias a ellos malviven en estos y en otros territorios.
Pero ¡ojo al dato! Los emboscados cuando salen de su madriguera lo hacen con altas dosis de soberbia que a ellos mismos les crea cierta alarma porque no es la norma. Se sienten superiores. Generalmente  ocurre cuando les han dado un papel de protagonista circunstancial para que saquen pecho y mantengan el tipo. Sin embargo, en esos momentos de cuasi esplendor es cuando más se quedan fuera de juego, se sienten lejos de su sitio porque que no están acostumbrados a ser personas de si mismo, sino eco de los demás.
El emboscado, en esa lamentable situación se encuentra difuminado y por eso con disimulo dirige sus pasos a su madriguera donde reposa en el silencio, la quietud y la degradación social. Ahí se encontrará perfectamente bien ya que es el único dueño de su mundo miserable que sólo él sabe administrar.

© Pilar Cárdenes

1 oct 2017

EL GRITO


Edvard Munch se tapa los oídos porque no soporta el grito de la realidad.
"Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la baranda, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un inmenso grito interminable atravesaba la naturaleza".